Cada cuarenta años

Si la Historia de Chile pudiéramos analizarla en función a sus crisis más profundas, nos daríamos cuenta que el ciclo se agudiza cada 40 años. Eso reflexionaba hace unos 5 años atrás, cuando finalizado el gobierno de Piñera aparecía en el horizonte la Nueva Mayoría, un poco postergando la correspondiente crisis de los 40 que se ceñía sobre el cielo del territorio, como si fuera un manto oscuro de nubes cargadas de lluvia ácida dispuesta a inundar la frágil estructura de nuestra tironeada democracia y corroer el estado de ánimo de los chilenos.

Nos remitimos a los primeros años de nuestra Patria Vieja, 1810, la instalación de una Junta de Gobierno no para independizarnos de la Corona española, sino por el contrario, para declararle la lealtad al Rey y la voluntad del autogobierno mientras la península estaba ocupada por las fuerzas de José Bonaparte.

En cuatro años la Patria Vieja transitó por todos los estreses posibles; desde criollos realistas hasta fervorosos patriotas republicanos se disputaron las emergencias de un gobierno cuya única unanimidad era finalmente movilizarse a una genuina independencia, cuyo derrotero culminó con el fracaso de los patriotas en Rancagua y la Reconquista española hasta 1817.

1811

En pocas semanas en la segunda mitad de 1811, José Miguel Carrera -hijo del distinguido vocal de la Junta de Gobierno, y antiguo coronel de las milicias reales, Ignacio de la Carrera- realizó tres golpes de estado, consecutivas disoluciones del Congreso, reyertas varias entre realistas y chilenos, una constitución política de inspirada vocación norteamericanista, O’Higgins asumiendo el mando de un Ejército en formación, luchando junto o separado, dependiendo de las circunstancias, de Carrera contra los españoles que avanzaban desde el sur.

Ensayos de independencia por aquí y por allá, sueños frustrados y peleas intestinas al interior de los patriotas determinaron que tras el fin de la intentona republicana, los revolucionarios huyeran más allá de la cordillera y los españoles, en gloria y majestad, volvieran a apoderarse de este territorio entre Copiapó y la Frontera.

1851

40 años después, con una república conservadora en forma, y “en orden”, como subrayaría Diego Portales, un grupo de rebeldes intelectuales, inspirados en las libertades y liberalismos de la Francia del ‘48, y bajo el alero de la recién creada Sociedad de la Igualdad, promovió una revolución contra las fuerzas gobiernistas de Manuel Montt, la Constitución del ‘33 y la Iglesia Católica. Tras la fallida revuelta, los liberales Benjamín Vicuña Mackenna, Santiago Arcos, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao y Jacinto Chacón, fueron deportados y apresados, se dividieron en dos grupos, uno reivindicando la vía armada y otro que se reinsertó en la institucionalidad portaliana a la espera de mejores tiempos para sus ideales. El resultado de la revuelta fue entre 2000 y 4000 muertos como olvidado sacrificio por parte de la Historia de un episodio que bien pudo marcar otro destino para la república en formación. Entre las filas de los revolucionarios se encontraba José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del prócer de la Independencia, y a su vez, padre de Ignacio de la Carrera Pinto, el impostado héroe de La Concepción

1891

No era difícil calcular la siguiente crisis. Es cierto que en 1861 los liberales pudieron torcerle la mano a los conservadores, y que tras la Guerra del Pacífico importantes reformas democráticas pudieron secularizar el estado, por ejemplo promulgando las leyes que permitieron los cementerios laicos, el Registro y el matrimonio civil, hechos importantes para la época. Sin embargo, como todos sabemos, la oligarquía terrateniente, la aristocracia castellano vasca y la Iglesia mantenían sus cuotas de poder, su hegemonía institucional frente a las grandes masas de ciudadanos. El presidente Balmaceda, asfixiado por el Congreso al no aprobársele el presupuesto del año siguiente, tuvo que resistir los embates políticos a punta de decretos. Balmaceda nombra ministros jóvenes liberales alejados de la tradición política chilena, cuestión que no es aceptada por el Congreso, lo genera un creciente conflicto presidencialista-parlamentario que se traduce en una Guerra Civil entre el gobierno y el Ejército constitucionalista y el Parlamento con el apoyo de la Armada.

En la Guerra Civil fallecieron casi 10.000 compatriotas, muchos quedaron tendidos en los campos de Concón y Placilla, decenas de miles de heridos y mutilados, persecuciones y linchamientos posteriores, el resultado de uno de los más graves conflictos que hubo en Chile y dejó instalado un parlamentarismo de facto que derivó en los peores cuarenta años de nuestra vida republicana.

1932

Compleja es la crisis siguiente, si bien sus primeras señales vienen de 1925 con el ruido de sables, el exilio del León de Tarapacá, los intentos autoritarios de Ibáñez, la Constitución alessandrina de 1925 y la separación de la Iglesia con el Estado, ésta culmina en 1932 con la breve y fallida República socialista de Puga y Dávila, para que de nuevo Alessandri volviera a la Moneda con vítores y pañuelos.

Alessandri tuvo que renunciar dos veces para terminar con el parlamentarismo de las últimas décadas, y pese a promulgar una nueva Constitución, Chile estuvo lejos de recuperar su estabilidad. Primero Emiliano Figueroa, y luego la dictadura de Carlos Ibáñez, pusieron de nuevo en jaque al país. Tras una delicada situación económica, asume el ministro del Interior del militar, Juan Esteban Montero, quien tampoco logra restablecer la tranquilidad. Aún así, en las elecciones de 1931, Montero derrota por amplio margen a Alessandri, sin embargo de nuevo éste no es capaz de sortear la crisis que culmina con la República socialista en junio de 1932. Con la sublevación de los regimientos de Antofagasta y Concepción, renuncia en octubre Carlos Dávila, presidente de la Junta de gobierno socialista, y finaliza un largo período de anarquía. Dos meses después Alessandri asume un nuevo período presidencial, conforme a la institucionalidad promulgada por él mismo 7 años antes; derrotó a Marmaduque Grove, inaugurando un periodo de 40 años de nuevas crecientes tensiones que estallarían cuando el elástico de la propiedad y la democracia vuelva a romperse.

1973

Desde los sesenta la polarización política se desplegaba por las calles, nadie escuchaba los matices vitalizadores de las vías democráticas, las excluyentes demandas ciudadanas planteaban modelos sociales diferentes, acaso instalados desde fuera por la hegemonías política de las grandes potencias vencedoras de Berlín. El tema de fondo sin embargo, seguía siendo el mismo, los eternos propietarios, con sus beneficios y privilegios y los millones de trabajadores, desplazados en la pobreza y la falta de oportunidades en una democracia que no regula eficazmente los derechos y las justicias sociales. El Gobierno de Allende prometía encaminar la institucionalidad para conquistar esa equidad, sin embargo desde antes que el propio gobierno asumiera, ya había interesados en boicotear, impedir y luchar contra el gobierno popular, el Tacnazo del general Viaux, el asesinato del General Schneider y el Golpe de estado de 1973, marcan de nuevo una de las crisis más profundas de nuestra Historia. Miles de muertos y desaparecidos, torturados, exiliados, exonerados; una dictadura militar que durante 17 años sin ningún contrapeso instaló a la fuerza un modelo económico que no sólo no cambiaba el destino fatal de nuestra desigualdad, sino que la profundizaba con la promesa de un bienestar que de a poco rebalsaría a los más necesitados.

Es verdad, el mundo ha cambiado, la globalización ha hecho que las economías fluyan con mayor fuerza, que los primeros años desde el retorno a la democracia se ampliaron las condiciones de crecimiento y bienestar, no obstante nuestra democracia no ha sido capaz de que el crecimiento del país, y las condiciones objetivas de disminución de pobreza y acceso a bienes de consumo y servicio, permitan mejorar los accesos a una buena educación, salud, previsión y bienestar social que el aumento de la riqueza y las condiciones objetivas que la tecnología, la innovación y la modernidad ofrecen.

2013-2019

El surgimiento de la Nueva Mayoría como conglomerado político, que supuso un nuevo gobierno de la presidenta Bachelet, obedecía al desgaste sufrido por nuestro sistema político que entonces demandaba profundos cambios institucionales y por cierto más justicia social. Las reformas fueron un factor clave en la gobernabilidad, incuso más allá de que éstas no hayan sido los suficientemente profundas como un sector importantes de la ciudadanía esperaba, o lo suficientemente bien hechas para que fueran realmente eficaces. Ahí sin duda hay responsabilidad de la propia Nueva Mayoría pero también del obstruccionismo permanente de una derecha, entonces oposición, que usaba todos los subterfugios institucionales y fácticos para impedir que los cambios amenazaran con el statu quo instalado tras la Dictadura. La mejor demostración fue la intensa campaña comunicacional en contra del desempeño económico del gobierno, cuando era evidente que los factores externos influían mucho en ello. Tal como ocurre hoy, que las cifras de crecimiento y cesantía están distantes de los que el Gobierno de Chile vamos prometió en la Campaña.

La elección de Bachelet el 2013 postergó la crisis que venía gestándose desde la marcha de los pingüinos y las exigencias ciudadanas; el 62% de su votación reflejaba la esperanza de la ciudadanía en una campaña que anunciaba la promoción de cambios en la línea de buscar mayor igualdad en los accesos al desarrollo. Fue apenas un bálsamo para una sociedad que reclamaba ya soterradamente, con pequeñas explosiones sociales que algo estaba mal en nuestra convivencia social, e incluso algunas con atisbos de violencia. La mejor muestra de esa anormalidad, con sus incipientes válvulas de escape, fueron por años los eufóricos desmanes de los hinchas tras los triunfos deportivos en Plaza Italia, las violentas jornadas del Joven Combatiente, las crecientes marchas de No + AFP o de los deudores habitacionales o de los precios de los remedios o de un cualquiera de los desfiles de pancartas que en estos años de transición recorrieron de oriente a poniente las anchas alamedas de la capital, mientras que en el retail, la banca, las isapres y las administradoras de fondo de pensión, contaban y recontaban sus extraordinarias ganancias y jugosos beneficios, construyendo cada vez más sucursales, al mismo tiempo que concentraban la propiedad en tres o cuatro respectivas cadenas empresariales paralelas y coludidas, esquilmar a la ciudadanos consumidores el último peso de su presupuesto.

Sin embargo, Piñera derrotó a la Nueva Mayoría, ¡qué duda cabe! Con una abstención del 51% el empresario y ex senador ganó con un 55% de los votos, menos en términos relativos y absolutos de los que obtuvo la presidenta Bachelet 4 años antes. ¿Era una señal que la gente quería un gobierno de derecha? No, no me parece; la gente que hoy vota -la que vota- en realidad veta, es decir, vota por el candidato de la coalición contraria como esperando que sí éste lo hará mejor, sobre todo si en las enormes gigantografías luminosas de las calles se anunciaba el fin de la delincuencia, la creación de más empleos y por cierto, el advenimiento de “tiempos mejores”. La gente seguía creyendo en las promesas, pero no en un programa que pretendía retrotraer las reformas (modestas o no, bien hechas o no) realizadas por el gobierno de su antecesora.

Y aquí estamos. Con una crisis retrasada unos años, por un instante suspendida por el gobierno de la Nueva mayoría. Pero aquí está, apareció ahora con Piñera. Y de nuevo lo mismo. La sempiterna tensión entre la democracia (justicia social, equidad y participación) y la propiedad (los intereses de pocos, los beneficios de las empresas, la defensa del statu quo), y no se trata como algunos pretenden siempre polarizar, de irse a los extremos, ir para construir un país más justo debemos convertirnos en lo contrario de lo que hemos sido, sino más bien poder establecer un sistema equilibrado liberal y democrático inclusivo y solidario, con un estado que regule eficazmente las injusticias y una ciudadanía con libertades para emprender, innovar y desarrollarse. Pareciera mucho pedir, pero al revisar los ciclos críticos de nuestra historia parece urgente que de una vez, podamos vencer los paradigmas de quienes por dos siglos se han parapetado en un modelo de desarrollo que da la espalda al pueblo y con ello postergando su propio desarrollo.

He de esperar finalmente que con esta crisis se rompa el doloroso ritmo de nuestra construcción republicana y nos de la fuerza y generosidad necesaria para crear las condiciones sociales de un país que tiene todos los elementos para ser más grande, salvo el virus que cada cuarenta años viene a debilitar las defensas de un enfermo crónico que ya casi no resiste sus medicamentos.

Publicado por Rodrigo Reyes Sangermani

Un trashumante que busca explicaciones casi siempre sin encontrar ninguna

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