
Lo que falta es moderación, lo que ayer fue absolutamente correcto, hoy es falso; lo que abracé antes, ahora lo rechazo; tomamos decisiones de acuerdo con las encuestas, nos adaptamos a las mayorías provisorias y a la moda; miramos a la galería, esperamos los aplausos; no importan las ideas, importan los votos; salir electo, conseguir a como dé lugar un escaño, pasar a segunda vuelta a cualquier precio. Los discursos se polarizan, no hay medias tintas, no me atrevo a decir lo que pienso porque me da miedo no ser popular. Ninguna idea es discutible, son totalmente ciertas o totalmente falsas; los que están a favor son unos vende patria, los que están en contra son unos sátrapas. La política como objeto de la política.
Por eso a veces la política da pena, y no porque ésta no sea noble, buena e indispensable para una sociedad que desea gobernarse en democracia, sino porque a veces sus actores no están a la altura de las circunstancias; cuando la política cambia las prioridades que deben conducirla por las ambiciones individuales, los Estados se debilitan, aparecen los populismos de aquí y allá, se instala la intolerancia y luego, sin darnos cuenta, la violencia.
El que más grita termina imponiendo el modelo social y económico, en vez de elegir entre todos un camino institucional que promueva el diálogo, el respeto y la escucha, finalmente la negociación, para establecer los mecanismos normativos que regulen nuestra convivencia.
¿Acaso no existe para eso la democracia?
¿La democracia, el diálogo y el respeto de las mayorías son o no el antídoto contra la violencia, el fanatismo y la barbarie?
Hoy, como nunca, nuestra clase política, pero también la ciudadanía toda, debe colaborar en el cuidado de nuestra democracia. Nos encontramos en un importante proceso constituyente surgido como respuesta institucional a un estallido social que amenazaba seriamente la paz. Proceso que supone la única forma de dotarnos de una institucionalidad nueva con mayores estándares de justicia social, libertades individuales y una cultura solidaria donde reconozcamos al otro como un igual, un ser humano con un mismo origen, o lo que quizás sea más importante, merecedor de un mismo destino.
Como pocas veces en nuestra Historia, Chile tiene la oportunidad única de construir su futuro a partir de un proceso ampliamente participativo y democrático, las multitudinarias marchas pacíficas del años 2019 y la oportuna institucionalización de una agenda constituyente, nos han permitido estar discutiendo hoy los elementos centrales de un nuevo ordenamiento jurídico que no solo diseñe las políticas fundamentales que han de definir nuestra convivencia sino que valide en forma paritaria y de manera adecuada el sentir de todos los chilenos, incluidos nuestros pueblos originarios.
La política debemos enaltecerla, el Estado de derecho, pero también la convivencia cotidiana, el respeto por el otro y por sus ideas, comprender al que sufre, escuchar al adversario que no es sino un hermano. Hoy es tiempo de democracia y a ello estamos todos convocados. Rodrigo Reyes Sangermani