Y verás cómo quieren en Chile…

La mayoría de los italianos habían desembarcado en Valparaíso, pero no así los croatas, que con pasaporte austrohúngaro se instalaron en Punta Arenas, Antofagasta e Iquique. Terminada la Guerra del Pacífico fundaban en el histórico puerto un club en una hermosa casona de roble americano, eran pobres pero ricos en ideas y quimeras. Con nostalgia recordaban los paisajes del Adriático, las generosas tierras de Dalmacia ocupadas por un imperio ajeno. Los comerciantes, abasteros, ferreteros del salitre se reunían tras el frontis morisco del casino español de la plaza Prat, los hermosos decorados del edificio rememoraban los palacetes árabes de Andalucía, aunque los platos que allí se servían mezclaban muy bien lo mejor de la tradición hispana con influencias chinas y peruanas heredadas de los tiempos previos a la guerra.

Los Martínez se habían instalado con una gran tienda en Eleuterio Ramírez, y la ferretería de los Fernández estaba por Baquedano abajo al llegar a la playa. Los chinos se quedaron en Tarapacá; antes, los peruanos los habían tenido casi como esclavos en labores denigrantes o luchando en Miraflores o Chorrillos por una causa que nos les era propia.  No fueron sus condiciones laborales mucho mejores después, trabajaron en las salitreras, aunque todavía recibiendo como salario esas fichas de colores para utilizar solo en las pulperías de Humberstone y Dolores. Los “turcos” llegaron un poco después, la disolución del imperio otomano tras la Gran Guerra atrajo a sirios, palestinos y libaneses, incluso griegos y armenios, con sus alfombras y tejidos; los peruanos se quedaron en el nuevo Chile con su fusión gastronómica que hoy disfrutamos; aimarás y atacameños dejaron sus pequeñas aldeas de los valles altiplánicos para hacer patria en Iquique. La Zona Franca atrajo a los indios de Calcuta y Bombay, con sus olores a incienso y sus aliños coloridos; los coreanos a mediados de los 60 no eran sino soldados de Pionyang capturados por el sur que preferían el exilio a la repatriación, se asentaron aquí y allá, muchos prosperaron con sus negocios; vietnamitas, indonesios, filipinos, portugueses… venezolanos buscando un mejor futuro, esperando ser recibidos por un país que al menos les diera libertad y un destino para sus hijos, instalan carpas quizás donde molestan porque no encuentran un lugar digno para esperar el triste retorno a casa obligados por la burocracia o el sueño de sus limpios papeles para emprender una vida lejos de la patria pero al lado de los suyos. Atravesaron miles de kilómetros, media América, la selva, el desierto y la cordillera en condiciones miserables esperando una oportunidad.

Los inmigrantes somos todos, desde le primer hombre que surgió del África subsahariana, recorriendo los paisajes del medio oriente, el sur de Europa y las estepas siberianas para que a través de Bering, caminando, o en frágiles canoas, pudieran encontrar alimento, un hogar o al menos la supervivencia. Así lo hicieron los primeros españoles que llegaron al nuevo continente, las continuas oleadas de colonos ingleses a Nueva Inglaterra, de franceses al río San Lorenzo, de alemanes a Rio Grande do Sul o Valdivia, de italianos a Buenos Aires y Valparaíso, de haitianos en busca de una esperanza.

Iquique tiene una pena y los chilenos una oportunidad para demostrar cómo queremos en Chile al amigo cuando es forastero

Publicado por Rodrigo Reyes Sangermani

Un trashumante que busca explicaciones casi siempre sin encontrar ninguna

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