Toda derrota es siempre breve

Huelga deciros que yo os quiero más

en la profunda pulpa de antesueño,

cuando el glaciar se reconvierte al sol

y se nos va la esperma en el empeño

y se nos cuaja el ceño de cenizas

ávidas de hendir el cavilar del leño.

A veces hay artistas que son capaces de trascender la materialidad expresiva de su propio arte para significar una época o dar cuenta de una vida. La vida como la Gran Historia es un sinfín de acontecimientos cotidianos confundidos entre la simpleza de los hechos comunes y salpicados por eventos de grandeza o heroísmo. Se entremezclan las más de las veces situaciones domésticas cargadas de humanidad como temer, soñar, imaginar, luchar, sucumbir, reír, llorar, huir, pensar o amar, con actos extraordinarios que quedan en la memoria de los pueblos, plasmados a cuatro columnas en los monumentos ciudadanos de la plaza pública

En ese sentido el arte se convierte en el triunfo de la vida total, con sus contradicciones, sus claros y sombras, sus esperanzas y desvaríos. Desde los textos costumbristas de mediados de los sesenta en las provincias de la Frontera el cantautor y novelista escaló como el país, y quizás como el propio mundo en un torbellino vital, explicando sus procesos internos de amistad, dolor, exilios y reencuentros, como por las circunstancias políticas de la época tensionadas hasta el sacrificio moral por la existencia de modelos sociales excluyentes y enfrentados por las más atroces de las guerras silenciosas.

Patricio Manns fue un hombre de su época, cuya estatura en la Nueva Canción Chilena no es posible dimensionar aún, acostumbrados a su presencia física por tantos años, a diferencia de otros que desaparecieron en la oscura profundidad de los Setenta. Textos complejos, imágenes poéticas llenas de inquietud literaria, canciones de amor y muerte siempre reflexivas con significados escondidos tras la aparente sencillez de una voz abisal. La evolución de su obra en medio siglo se construye primero desde una mirada costumbrista y social para luego reinterpretar la tradición poética de García Lorca, Violeta Parra o Miguel Hernández enfrentando sin miedo a la muerte con la satisfacción del cumplimiento de un deber, derrotero inequívoco de cualquier poeta maldito, posada definitiva de cualquier hombre bendecido por sus ideales. 

Patricio Manns fue sin duda un gran poeta; quedará siempre pendiente comprender a fondo las honduras de su lirismo, desentrañar los misterios de sus elegías de piojos y piojas, las baladas de los amantes de Tavernay que se despliegan entre las sábanas, las canciones de los sueños de hombre pobre con dos balas en el pecho, de los espíritus que vuelven al fin, a constatar que la vida vence a la muerte y que toda derrota es siempre breve.

Vuelvo al fin sin humillarme,

sin pedir perdón ni olvido:

nunca el hombre está vencido,

su derrota es siempre breve,

un estímulo que mueve

la vocación de su guerra,

pues la raza que destierra

y la raza que recibe

le dirán al fin que él vive

dolores de toda tierra.

Publicado por Rodrigo Reyes Sangermani

Un trashumante que busca explicaciones casi siempre sin encontrar ninguna

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