Octubre una vez más

Resonaban aún las notas de Georges Delerue mientras le robaba un beso de vuelta del cine Las Lilas en la pisadera de la Tobalaba. Esa tibia tarde de octubre quedaba en nuestra retina las sorprendentes imágenes del Último Metro de Truffaut, que por entonces completaba la lista de filmes franceses a los que comparecíamos con frecuencia. Eso, hace 40 años atrás o casi.

Octubre siempre ha sido un mes mágico, donde las historias íntimas se mezclan o se pulverizan en al Gran Historia, como si uno mismo fuera un personaje delineado por un narrador omnipotente en un relato sin fin, donde comparten peripecias los personajes anónimos con los públicos, los insignificantes con los trascendentes, en una amalgama indisoluble de acontecimientos que determinan las vidas nuestras, las de nuestras instituciones y las de los pueblos. Cómo separar de la historia íntima los hechos que vivimos de más lejos o de más cerca que afectan a la patria, al mundo, al universo en una infinita paleta de circunstancias.

Si uno revisara cada una de las imágenes desde entonces, las melodías que han acompañado el devenir de nuestra evolución, las personas que han entrado y salido, las que han llegado para quedarse; las relaciones, los hitos públicos que dan forma a la condición del ser, del “yo”; del entorno a veces amable y otras amenazador para templar las personalidades, y seguir actualizando el sentido de la vida, se encontraría a sí mismo instalado en la razón trascendente de la Historia, incluso como formidable articulador del quehacer Social con mayúsculas, como agitador rebelde de las circunstancias del entorno, como corresponsable del gran sintagma temporal.

Siempre estará presente en mi memoria fundacional de la vida única, las cálidas tardes en las faldas del Manquehue; el frio cortante que descendía de la cordillera en La Reina, la escarcha de invierno, las verdaderas lluvias bajo los eucaliptus, la piel tibia entre sus sábanas, la sala de Espaciocal escudriñando la comprensión el mundo; y para mí, el recuerdo de un mundo que se abría en cada página de un libro, después en el cine, y para siempre en la música, en mi memoria desde las vanguardias de la Violeta hasta las inmensidades del sonido stravinskiano como puntos distantes en la misma línea de sensibilidades matemáticas, lógicas y emotivas.

Qué lejos está ese tiempo, y sin embargo qué cerca, en un montón de historias acumuladas que suponen la razón del presente, acumuladas en una secuencia de continuos actos relevantes o anónimos, el pedaleo desde Nocedal las noches de primavera, los poemas sobre la cama, las búsqueda de explicaciones, los jóvenes de Príncipe de Gales, las idas al Francés, los sueños por la democracia, los decisivos pasos al Oriente y los niños creciendo en la conquista de la felicidad, como cualquier derrotero de sabiduría.

Los octubres se me juntan, se congregan en mi conciencia, disparan los certeros misterios del mañana. Repentinamente, los aromas estacionales nos recuerdan un golpe de ventana, a mitad de camino entre equinoccios y solsticios para volver a contar las inmensas cuentas de las constelaciones salpicadas de frágiles luciérnagas, como precoces viajeras estivales. Cómo olvidar esa mañana inescrutable de 1988 o los aconteceres épicos del levantamiento de una esperanza, con challa y serpentina caminando por la ancha Alameda desde Plaza Italia a La Moneda, como cerrando el círculo de nuestros próximos desafíos republicanos encarnados en la conciencia de cada individuo como agente del mismo cambio.

Hoy algunos ya no están, o están lejos, en afectos y comarcas, se les extraña como a las certezas que se llevó el viento junto con las impurezas de la Historia grade. Otros sin embargo han vuelto, o han llegado por primera vez para seguir construyendo el camino, porque si bien todo lo que fue sólido se desvaneció en el aire, es cierto también que todo vuelve a consolidar las formas de un día, de un nuevo futuro, anclado sin más que en su propio derrotero cuántico.

En definitiva, todo cambia, aunque frente al espejo seamos el mismo espíritu, el de la mirada fresca, limpia, curiosa y transformadora de nuevas realidades que determinaran lo que queda y lo que se deja más allá. Para eso tenemos fuerzas, las mismas fuerzas de octubre que nos llevaron a robar un beso en la pisadera de la micro, las mismas fuerzas que con un lápiz botamos la tiranía, la misma fuerza del amor que todo lo puede para la conquista de la paz.

Publicado por Rodrigo Reyes Sangermani

Un trashumante que busca explicaciones casi siempre sin encontrar ninguna

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