El por qué de una nueva Constitución

Algunos me preguntaban por qué tanta gente, quizás la mayoría -por lo visto en estos 10 días de crisis social-, casi toda la oposición y ahora, al parecer, también sectores de RN e incluso de gobierno que se han abierto a explorar, quieren o creen conveniente la discusión acerca de iniciar un proceso para redactar una nueva Constitución.

Me pareció un desafío interesante intentar resumir en pocas líneas y en forma muy simple una respuesta de cuenta de esa inquietud, aclaro que sin ser experto en la materia y tener una posición personal al respecto, intentaré argumentar con el máximo de altura de miras:

En general me parece que en lo esencial los partidarios de una nueva Constitución han dado tres tipos de argumentos a su favor, argumentos que yo comparto plenamente:

  1. Debemos cambiar de manera fundamental nuestro ‘modelo’ socioeconómico (pasando, por ejemplo, de un Estado ‘subsidiario’ a un Estado ‘social y de derecho’);
  2. Debemos cambiar las reglas fundamentales de nuestra democracia, por ejemplo, eliminando los súper-quórums, reconociendo derechos y/o autonomías indígenas, o descentralizando territorialmente el poder, el régimen político por ejemplo a uno semi-presidencial o parlamentario, por ejemplo, etcétera; y
  3. Porque una nueva Constitución así, y quizás sólo si se realiza mediante una Asamblea Constituyente, podrá solucionar la crisis de legitimidad y representación que afecta a nuestra política.

Lo de la “crisis de legitimidad” es clave, ya que el sólo hecho que el pacto social puesto en la Constitución no sea representativo de las mayorías, hace que el Estado de Derecho vigente, aunque formalmente válido, no tenga respaldo de la ciudadanía. Lo anteriormente descrito no son sino las razones centrales, la justificación filosófica que puede inspirar el cambio, pero es obvio que en su articulado habrá que discutir ampliamente qué elementos debemos incorporar o cuáles sacar del actual texto legal. El solo hecho de iniciar un proceso deliberativo y participativo genera la legitimidad que se anda buscando, incluso más allá de su contenido. Ese proceso nunca se ha hecho en Chile, las constituciones, desde los primeros ensayos de José Miguel Carrera en 1811 o 1812, no me acuerdo, hasta la de 1925 o 1980, han sido hechas y redactadas entre 4 paredes, por un grupito de “iluminados” provenientes desde la oligarquía (a veces con el apoyo de las FFAA), es decir, a espaldas de la gente, constituciones autoritarias y no democráticas que más bien representaron el interés de una inmensa minoría. Gran parte de nuestra historia republicana está atravesada por esa falta de participación, por la falaz tensión provocada entre la democracia y el orden.

Entrar más en detalle puede ser una lata, pero unas notas acerca de qué significa por ejemplo, que el estado pase de ser “subsidiario” a “social o de derecho”. Hoy el estado subsidiario debe resolver “sólo” lo que el mercado no resuelve; lo que a la luz de la evidencia, es insuficiente, porque el mercado finalmente en realidad resuelve las necesidades sólo de una minoría y la gran mayoría de sectores medios y pobres deben ser atendidos por el estado, y como es una gran mayoría, el estado no tiene los recursos necesarios para hacerlo, hacerlo bien, con dignidad y oportunidad. Un estado social, en cambio, significa que sin dejar de existir el mercado, el estado pueda asumir la responsabilidad central y obligatoria de satisfacer las necesidades básicas de la ciudadanía, y si hay gente que prefiere algo privado, pues bien, que haya un sector privado que exista y las atienda.

Hoy hablaba con una sobrina que vive en Londres y que tiene pocas semanas de embarazo; me contaba que allá la salud es pública, de calidad, que el estado tiene como misión principal satisfacer a todos sus necesidades básicas: salud, educación, vivienda, infraestructura y cultura, etcétera. En general en casi todos los países desarrollados, incluso en EE.UU. (aunque en menor medida porque estos últimos años ha habido una involución) tienen un modelo social de mercado donde el estado tiene un rol principal, por cierto sin dejar de lado el estímulo a la inversión privada y el rol de las empresas en el aparato productivo, aunque con reglas claras y fuerte fiscalización.

En Chile pasa exactamente lo contrario, incluso el modelo impuesto desde los años 80 por la dictadura, mantenido por la Concertación y levemente modificado por la Nueva Mayoría (respecto al rol desempeñado por la Concertación y la Nueva Mayoría evidentemente que habría que profundizar ya que estos períodos admiten muchos matices), es un modelo que podríamos llamar “neoliberal” aplicado en extremo, es decir, la iniciativa social está centrada básicamente en el mercado como asignador de recursos, e incluso con empresas de servicio privadas como destinatarias de subsidio estatal para atender las necesidades de la gente. El chileno es casi un caso único en el mundo.

Es cierto que el “modelo” ha permitido que el país crezca básicamente por iniciativa de la inversión privada y eso ha permitido aumentar el producto del país (el sueldo de los chilenos), pero ese crecimiento ha sido desigual. Los más pobres mejoraron, pero poco, aumentó su capacidad de consumo pero no su movilidad social. A la primera crisis o unos meses de cesantía, significa para un trabajador de clase media emergente volver a la pobreza. Asimismo, como el crecimiento ha sido tan desigual, por mucho que sectores bajos crezcan y mejoren su bienestar levemente advierten que hay un sector que sin embargo goza con mucha rapidez de todos los beneficios. O sea, los pobres mejorar lentamente sus niveles de consumo, porque los accesos a servicios se mantienen deteriorados, y al mismo tiempo, los sectores altos, minoritarios muestran un nivel de riqueza propia de países ultra desarrollados, y muchas veces con colusión, abusos, duopolios y corrupción, sumadas a señales clasistas de parte de la clase dirigencial (frases desubicadas de los ministros Mañalich, Larraín, Valente, Fontaine, etcétera) que terminan indignando a la población.

Algunos dicen que el Estado no tiene plata para satisfacer esas necesidades. Pero si, el país tiene, pero está en manos de unos pocos. Sin disminuir la inversión privada ni menos atentar contra la propiedad (como advierten mañosamente algunos) es posible una reforma de impuestos de tal manera que los ricos (o las empresas) no tengan las ganancias o utilidades actuales y pueda generarse una situación de mejor distribución de recursos. La mejor demostración de que es posible, es la decisión voluntaria de Luksic de establecer como sueldo mínimo a sus trabajadores $ 500.000.-, es decir, pudo decidir subir desde los $ 300.000.- un 66% el sueldo a los trabajadores que ganan el mínimo legal, una decisión a la que hoy están abiertos los empresarios y que la parecer no era tan difícil de asumir. Es cierto que las Pymes quizás no puedan hacerlo, pero es allí donde se deberían destinar los recursos del estado. Éste es sólo un ejemplo porque la equidad pasa por muchos otros aspectos mucho más importantes y que con la actual constitución no es posible hacerlo. Por si no saben, Luksic es dueño del Banco de Chile (principal banco del país), empresas mineras, CCU, Watts, madereras, Canal 13, entre otras empresas.

¿Por qué es difícil cambiar la constitución?, bueno la principal razón es que tiene unos quórums altísimos para ser modificada, es decir está hecha para que la voluntad democrática tenga muchos problemas en modificarla, lo que la hace aún más autoritaria. Pero además porque hay un sector en la derecha, autoritario, el que sostuvo a Pinochet y redactó la Constitución del 80, y que hoy estando en el gobierno se oponen a cambiar el statu quo. Ese grupo le tiene mucho temor a la democracia, al menos a la democracia liberal. Por eso es clave la presión social. Ese sector, en el plebiscito del 1988 donde se definía si volvíamos a la democracia o seguíamos con Pinochet por 8 años más, votó que “SI”, es decir sí querían que Pinochet siguiera gobernando tras 17 años de dictadura; afortunadamente para el país, perdieron; ganó el “No” y volvimos a la democracia, democracia amarrada por Pinochet, con sesgos autoritarios, pero ganó la democracia, y no sin dificultades. Se hicieron las reformas necesarias a la Constitución que se pudo, para que se pudiera gobernar mínimamente sin interferencia militar. Eso se logró; visto desde hoy un pequeño triunfo, pero visto en su momento, en el contexto que vivía Chile, en los estertores de la Guerra Fría, un gran triunfo.

Publicado por Rodrigo Reyes Sangermani

Un trashumante que busca explicaciones casi siempre sin encontrar ninguna

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