La Meme

Si ayer hubiera dicho algo en la ceremonia, iba a llorar de emoción, porque todo el rato que hablaban de ella, la recordaba con esa sonrisa tímida y prístina acompañándonos con los niños recién nacidos en el departamento de Reñaca por allá a mediados de los 90.

Siempre se tejen mitos y chistes crueles hacia las suegras, y claro, como uno antes de casarse no tiene experiencia en ellas, intuye que algo debe haber de cierto en esa mala fama. Pero la verdad es que mi experiencia con la única que tuve fue tan distinta, que sólo puedo dar gracias el haber compartido con ella esa relación de mother in law, que tan bien se la describe en Inglés.

La tía Anita era dulce y cariñosa, lo reflejaba su rostro claro y luminoso, pero también sus acciones medidas, sus palabras precisas, su tolerancia y generosidad, su sencillez a toda prueba, su paciencia; una paciencia como virtud a estas alturas de la vida tan escasa entre la gente.

Yo la quise mucho, y como siempre con las personas que no están, a uno le viene como un sentimiento de culpa de no haber podido compartir más tiempo con ella. Pero la vida es así, uno al elegir una cosa renuncia a otra. Es inevitable. Pero compartimos bellos momentos: las largas horas de onces en la casa de Lo Arcaya, las tardes de tele y música, las miradas cómplices cuando la Yeya hacía o decía un disparate, las semanas de visita acompañando las comparecencias médicas de la Claudia en el embarazo de los mellis, los paseos por el jardín japonés de La Serena y los ricos almuerzos de Coquimbo, Concón y Olmué. Hizo migas con mi mamá y la abue, convirtiéndose en un trío inseparable cuando se arrancaban a Tongoy a tomar pisco sours y saborear los productos del mar que esa zona entrega con tanta generosidad, las celebraciones de las marías, las anas y las cármenes en esos tecitos con torta y festejos que reemplazaban coquetamente los cumpleaños, con amigas de toda la vida o de la más reciente.

Lo que más lamento es que la Meme no alcanzó a ver crecer a los niños, sin duda serían su orgullo y su alegría, las niñas Baccelliere hoy mujeres y los Reyes Castillo. Quizás no sepan o no se den cuenta que siempre los nietos llevan algo de sus abuelos, no sólo en la sangre sino en la impronta de vida que heredan. Pero esté donde esté, sé que su memoria permanece entre nosotros, que es lo más importante que una persona puede dejar en este mundo, la memoria de ser una persona buena y justa, la memoria de una persona especial que en la distancia del tiempo y -quizás hasta- del espacio, permanece en forma indeleble en nuestros actos.

Han pasado 20 años, no sé si es mucho o poco, pero el cariño y el recuerdo siguen intactos.

A tu salud, tía Anita.

Publicado por Rodrigo Reyes Sangermani

Un trashumante que busca explicaciones casi siempre sin encontrar ninguna

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