




Las fechas de aniversario no tienen sino un valor simbólico; sirven para rememorar los hitos que han dado sentido a la vida. No sé, los eventos cruciales que han determinado una forma de ser que explican un derrotero.
Por ejemplo: los inviernos de La Reina, sus lluvias torrenciales que descendían de la fría cordillera; las utopías de Montenegro 661 con el cúmulo de contradicciones adolescentes forjando relaciones duraderas; en Bustamante 180 en busca de un destino permanente y la conquista de mi libertad de pensamiento; más tarde, la imagen imperecedera de un monte sagrado, el Manquehue; observando cada tarde, con su corona de nubes, las luminosas hojas de los liquidámbares en flor, los rojizos brillos de sus sedas, acariciando los terciopelos de su piel tibia; y luego, con ella, la rebelión de las ideas en Vasconia y Los Pirineos, el despertar del mundo mágico: las películas de Scola y Risi, de Bergman y Tarkowsky en el Normandie, de Einsenstein y Lang en voz de la Vera Carneiro; las cervezas del Jaque Mate y el Castillo, las de queso de la Fuente Suiza. Conocimos a Pharoah Sanders en el Baquedano tocando la música de Coltrane, la definitiva consagración de la primavera viajando de mar a cordillera, y luego las azulosas olas del océano golpeando la costa en Punta de Tralca, Isla Negra o Concón, trayendo a los niños uno por uno para convertirlos en adultos, sin darnos cuenta. Guitarras, vinilos dando vueltas, 32 fotogramas al ritmo de una máquina; Kant y el ornitorrinco, las pañoletas azules y grises, los bosques del sur, las arenas del norte, como un paisaje de novela y poesía de potente lirismo.
Un sueño por la televisión de todos, una amistad forjada en los grines del Grange; recorrer una, dos, tres vueltas la geografía apabullada para perderle el miedo a los canallas; salir de la noche para enfilar los pasos definitivos al Oriente aprendidos de mis maestros más viejos.
Y de vuelta, de nuevo la vida con la que amanece cada día, como un chispazo fugaz de rostros, paisajes y relaciones, de besos, brindis, amistades y amores profundos, de una vida conectada con la Historia, la gran Historia entrelazada con las pequeñas historias, íntimas y personales. Melodías y palabras furtivas, aromas de cerezas y madera húmeda, de fogatas infinitas y estrellas.
Con el día se nos esfuman las frágiles fotografías de la memoria, dejando tras de sí, la acumulación virtuosa de la experiencia, la exaltación de la propia vida en movimiento