
Me parece tan provinciana la polémica que ha suscitado la fidelidad en el personaje de la estatua de cera de Gabriela Mistral. Se trata de una representación que en absoluto afecta la importancia de la obra ni el legado de la poetisa, que es lo que de verdad debería preocuparnos. Ni las tablas superpuestas en la escultura de Iván Donoso en La Serena ni la escultura de Francisco Gacitúa ubicada en Vitacura con Américo Vespucio son la misma Mistral, son apenas impresiones de ella, como lo es el Gernika de Picasso o los cuadros del expresionismo de Munch o la Última Cena de Dalí.
No hay que preocuparse de sus imágenes, sino más bien de la verdadera Mistral, aquella que expresa su obra en versos dolientes, en la melancólica descripción de sus paisajes, que habla de la fuerza de sus versos, la denuncia y lirismo de sus palabras mágicas, de un territorio, de una fe y de una vocación de mujer.