El problema de la senadora Jacqueline Van Rysselberghe no es solo que haya cometido el desliz de haber utilizado un palabra inadecuada para expresarse de modo despectivo de los chilenos, sino que ella efectivamente se siente parte de una élite, de un sector que naturalmente le corresponde asumir el cargo que detenta, y que por ese solo «sacrificio», en desmedro de una mucho más exitosa carrera profesional, me imagino, cree que es de toda justicia que se le compense con la distinción que supone el cargo y con la altísima dieta que recibe. Un premio, la constatación de un derecho casi divino, dada su inteligencia y capacidad de lucha por los más desposeídos.
Es el mismo problema de una supuesta “supremacía de clase” que exuda permanentemente el presidente Piñera, por ejemplo por el episodio de sus hijos haciendo negocios en China; o la sincera queja de la ex directora de Junji por el tema de su sueldo reguleque; o los ministros Ramón Valente con sus consejos para invertir fuera del país; o Cristián Monckeberg, cuando planteó que los chilenos todos tenemos una segunda propiedad para la renta; o Felipe Larraín respecto del impasse que supuso su viaje a Harvard; y más recientemente, los diputados RN René García con su modo y patada al periodista de ADN, o ayer, el UDI Ramón Barros, con su acusación destemplada de cacareo a sus colegas diputadas.
No me parece tan extraño entonces la cultura del besuqueo de anillos episcopales, o la defensas corporativas a curas ricos acusados de pedofilia, los ostentosos vocativos a las autoridades políticas, religiosas y militares en cuanto acto público ocurre en nuestra agenda, el desmedido boato del aparato político con sus comparsas de beneficios y privilegios, la praxis delictual de los altos mandos uniformados respecto de los dineros públicos, representados casi todos en las atiborradas páginas sociales de El Mercurio con apellidos de abolengo y cargos de simuladas relevancias.
En definitiva, con estos episodios, de los cuales al parecer no hay mucha autocrítica, los chilenos quizás deberíamos entender que ellos estarían de verdad por sobre todos nosotros y, en consecuencia sólo deberíamos agradecer el gran sacrificio que ellos hacen por los demás, como muestra palpable de su compromiso por el servicio público, incluso en desmedro de su zona de confort, una vez más, arriba en la cordillera, a las faldas del Manquehue y a la derecha de Dios padre, como ya parece habitual.